Por Kino Navarro
En este silencio roto preparo la maleta y los objetos desconocidos,
las pequeñas palabras que habitan esta desolada orientación:
el shampoo, el desodorante inocuo, el gel interminable
y la pereza oscura de la crema hidratante. Mientras el corazón,
indomable a cada instante, rehabilita esta arquitectura desintegrada.
Y la maleta continúa su viaje, tal vez inesperado, o casi indiscutible,
hacia artefactos articulados y el retorno resurge como una quietud
que se resiente aquejándose en atascos atildados y explícitos,
del cuerpo que se quema entre las llamas ceñidas.
El pensamiento pesa, es una carga convertida en una comarca
de batallas y guerras fragmentadas, y resuelve la metáfora
de nuestras manos rendidas. Dame tu mano y extiende los ojos,
trátame indecentemente, crea un diccionario adecuado y ordena
el despliegue militar de los besos, que en la cama practicaremos
la sonrisa vertical de tus frases, frágiles, alborotadas, y entre sexo
y destino, todo se convertirá en un vestuario prohibido,
donde los trajes son sílabas de acentos codificados, asumiendo
temporalmente las raíces cuadradas de la estable estación
que rasga fulminantemente mi vello impúdico. La maleta se ha vaciado,
y los objetos buscan el desatino de los círculos desalojados.