Por C.R. Worth
Basado en hechos reales.Ocurre todos los primeros de Enero, hacemos promesas de lo que vamos a hacer, año nuevo, resoluciones nuevas. Hay quien pretende dejar de fumar, otros están determinados a ahorrar y no despilfarrar, hay quienes incluso se morderán la lengua y dejarán de decir ordinarieces y otros, la inmensa mayoría, empezarán una dieta.
Todos hacemos excesos en Navidad, las comidas familiares, los ágapes de empresas, y los atracones de turrones, mantecados y polvorones… al fin y al cabo es una vez al año, y ¡quién se priva de ese asado, de las nueces, los dulces y los licores! Pero esa dieta hipercalórica pasa factura, y luego cuando te posas sobre la báscula piensas que lo has hecho sobre un ventilador (si es de agujas) o un coche de carreras (si es digital). Entonces llegan los “regordimientos” esos remordimientos por estar gordo. Las dietas de lechugas para muchos, y del cucurucho para una afortunada minoría. Los más concienciados deciden ir al gimnasio a quemar calorías.
Un año una amiga me convenció para ir con ella a unas clases de aerobic para perder esos kilos de más. No estaba gorda, pero si rellenita comparado con lo que siempre he sido, el espíritu de la golosina, “chupá”.
Decidida me puse mis botines, mis pantalones cortos y la camiseta y nos fuimos al gimnasio de señoras que ella recomendaba. Debo de confesar que mi mayor preocupación era el tipo de música “papachín – papachán” que ponen en esos lugares para coger ritmo en los ejercicios, sobre todo para alguien como yo que se considera bastante elitista en sus gustos musicales con una preferencia por lo clásico (aunque también me gusta el rock), pensaba que me iba a dar un telele con rap o hip-hop, y que esa sesión sería una verdadera tortura auditiva en vez de física. Pero la selección musical no tuvo que ser excesivamente mala porque no es el detalle que recuerdo y que me dejó pasmada.
Habríamos unas veinte señoras de todos los tamaños y colores; pero mi primera sorpresa fue la monitora de la clase que apareció con toalla al cuello. Sin exagerar sería una moza que rondaría los noventa kilos, eso sí, como mucha vitalidad y flexibilidad. Tras una hora de intenso “cardio”, me pregunta mi amiga:
̶̶ ¿Qué te ha parecido, vienes la semana que viene?
A lo que le contesté:
̶̶ Si esa señora está allí todo el día pegando saltos y haciendo ejercicios a diario y ella no baja de peso, sin duda ¡yo no voy a perder peso por una hora a la semana!
Fue la primera y última vez que pisé un gimnasio.
Moraleja: no hay nada como una monitora con exceso de peso para estar libre de regordimientos de año nuevo.