Por C.R. Worth
Su casa parecía un museo, estaba llena de pinturas, cachivaches y sobre todo fotos antiguas enmarcadas en delicados marcos de plata o elaborado tallado en madera. Solía presumir de las glorias de su familia.
Cuando tenía visitas acostumbraba a hacer un recorrido, mostrando las pinturas de parientes lejanos: aquel tío abuelo de grandes mostachos que fue la mano derecha de Primo de Rivera, la tía Rita, hermana de su tatarabuela, con melancólica mirada en su traje de tul que se casó con un famoso historiador que fue director del Museo del Prado. Mostraba el mosquete que usó su abuelo en la Guerra de África, la campanita de plata que había pasado de generación en generación para llamar al servicio; los gemelos de plata que le regaló a su bisabuelo Martín el Rey Alfonso XIII por los servicios prestados a la corona… y así un sinfín de objetos, todos con una gloriosa historia familiar.
Le encantaba mostrar las fotos antiguas: la boda de sus padres, sus abuelos, las fotos de parientes en uniforme militar, en grupos en el colegio, aquel primo de su abuela que fue obispo, el tío Luis en el velero etc, contando con detalle los pormenores de sus vidas, obras y milagros…
Cuando la visita se iba, miraba complacido, alrededor, todos esos retratos… pero con una mirada melancólica y suspiraba profundamente. Tras revisar su colección familiar se dijo así mismo: «Tengo que encontrar un retrato del tío Paco».
Al día siguiente en el mercadillo de los jueves se acercó como de costumbre al puesto de fotografías antiguas del que era asiduo comprador. Miró caja tras caja hasta que encontró una foto de un atractivo joven en un bufete de abogados. Pensó: «Este puede ser el tío Paco. Tengo que averiguar cuál era el bufete más importante en los cuarenta; será pasante allí, y luego tendrá una exitosa vida en la política, sí, puede ser un concejal». Había encontrado a un nuevo miembro de la familia del que crearía toda una vida de exitosas glorias.
Así fue como fue formando su imaginaria familia, la parentela que el destino le había negado cuando lo abandonaron en una cesta en la puerta del orfanato.