Por Ezequiel Tena
La globalización es una religión. Impositiva y totalitaria como cualquier religión inmóvil, se siente con el derecho y el deber de abarcar todos los aspectos de la humanidad y de la vida, construyendo la represión sobre el pilar básico de la sexualidad. Nada nuevo bajo el sol. Lo novedoso en esta religión es la exposición fraudulenta de la libertad: pretende que la identidad trasciende los límites de la naturaleza y adoctrina en esa creencia. El género es la aspiración de las almas en esta religión. Para las más de las personas, la identidad no es una cuestión. Por las menos, toda identidad es cuestionada y deja de ser un absoluto personal: porque lo cierto es que lo que uno es, es, y a partir de la certeza de lo que uno es se construye la vida personal. No se puede afirmar que la elección de identidad es un acto de libertad porque ello niega la identidad como esencia origen de la persona. Cuando Píndaro afirma "llega a ser el que eres", da la noción metafísica del ser del hombre. Pone palabras a la certeza base de la vida individual. La identidad es la esencia original de la persona, no la obra a que debe dedicar la vida, sino la esencia que inicia el desarrollo de ella, el lienzo sobre el que se desarrolla la existencia. En las antípodas del pensamiento natural está la ideología religiosa del género: "llega a ser lo que quieras ser", identificando existencia con esencia. No es ya la naturaleza esente la que nos conforma, es la humanidad exente la que en posesión de libertad infinita (reducción al absurdo de la libertad como voluntad consciente que orienta el azar u holgura de la necesidad) crea su propia esencia. ¿Nos parece aberrante que un cura trate de curar la homosexualidad? Debería parecernos igualmente aberrante que en las escuelas y mediante legislación democrática se imponga la religión global: el totalitarismo de afirmar que la enfermedad identitaria del género haya de extenderse a toda la raza humana; la doctrina impositiva cuyo objetivo es destruir la composición complementaria natural (mujeres y hombres) de la especie humana. La inclinación sexual que cada persona tenga no es la cuestión, no una elección por más que la ceremonia de la confusión así lo quiera presentar.