Mucho ruido y pocas nueces

Se habla mucho y se dice poco; hay excesivo griterío y pocos oyentes; el ruido de las obligaciones y la tecnología desvirtúa el proceso de percibir, de manera reflexiva, no sólo lo que dice el interlocutor sino qué está expresando con sus palabras; incluso con sus conmovedores silencios, tan expresivos como la palabra.
La televisión es la evidencia de que cuanto más se grita o más rápido se habla en un programa, más falacias se dicen. Es el analfabetismo del siglo XXI; ese que sabe leer, escribir y describir hechos, pero es incapaz de desentrañar los elocuentes silencios y las connotaciones de los mensajes en un mundo que hizo del ruido el modo de (in)comunicar.
Enzarzados en escenarios virtuales o fácticos que nos imponen la realidad, la tecnología y la carrera contra el tiempo nos sumergen en un mundo fantasmagórico donde cada uno camina sabiéndose acompañado pero percibiéndose solo.
Los diálogos meditados son reemplazados por monólogos intrascendentes, exigencias de un entorno que padece el virus de la ansiosa inmediatez incapaz de valorar prioridades e importancias.
Aprehendo la Vida a través de los paréntesis de silencio que abro en un ambiente que me revuelca por realidades no elegidas, repleta de diálogos sin sentido y ruidos innecesarios, en los que sólo se toma nota de las obligaciones y las urgencias.
Vivo eligiendo horizontes desde la tranquilidad de un acotado espacio que me voy forjando a fuerza del convencimiento de que, el silencio, es una caricia de la vida.

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