Por C.R. Worth 
Ya hacía más de cuarenta años que estaban juntos. Una larga andadura, y la relación más larga y estable en la que había estado jamás. Había comenzado con él cuando era muy jovencita, con apenas trece años, haciéndola entonces sentirse «mujer». Tras más de cuarenta años juntos estaba del él hasta el moño (por no decir otro sitio), y no podía esperar el día en que se deshiciese de él.
Año tras año, mes tras mes, era siempre igual, y desde hace mucho, cuando venía a visitarla, quitando esas ocasiones que le traía una inmensa alegría, simplemente lo miraba y sentía repulsión. Él tendía a aparecer siempre en el peor momento (en el trabajo, en casa, o cuando estaba con los amigos) y causarle más de un bochorno público, ya que no se lo esperaba, no estaba preparada a que viniera sin avisar. Su llegada le sacó en más de una ocasión hasta los colores. Lo peor es que no había manera de deshacerse de él, era como un boomerang que siempre volvía.
En varias ocasiones desapareció por varios meses y ella estuvo feliz, pero el condenado surgía de nuevo.
Pero a pesar de todo, había ocasiones en que lo amaba de verdad, y cuando le veía llegar se sentía la mujer más feliz del mundo. Pero el resto del tiempo lo odiaba.
Últimamente él se había vuelto inconstante, y ella que estaba con las emociones a flor de piel, estaba a punto de celebrar con champan el perderlo de vista de una vez por todas; aunque reflexionando, se dijo a sí misma «sin duda, el periodo menstrual, es la relación más larga que he tenido en mi vida». Pero a pesar de ello, no lo echaría de menos cuando se fuera por completo.