Quizás estemos aún a tiempo de que los ciegos vean y se obre el milagro. ¿Será posible que algo tan maniqueo, tan grotesco, tan falaz, tan totalitario, tan oprobioso ponga, sin embargo, la pica en Flandes? Hablo del hecho catalán y del coma inducido en el que hemos estado los españoles gracias, sin duda, a la participación de ciertos partidos políticos interesados en ello.
El asunto del referendo secesionista de la Comunidad Autónoma de Cataluña –que por mucho que digan, y les duela, no deja de ser eso– ha despertado el sentimiento patrio que llevaba años aletargado y solo salía, de forma ocasional, en los grandes eventos deportivos internacionales y poco más. Ha conmovido el corazón del españolito callado que ha optado por señalarse como aquello que su documento le identidad le otorga como derecho. Se ha desperezado hasta el punto de darle de aquel mismo jarabe que el señor Pablo Iglesias, con aire satisfecho, citaba en Twitter cuando se refería a los escraches, sobre todo, a los políticos populares. ¿Recuerdan?: «Los escraches son los jarabes democráticos de los de abajo». Por si no lo sabían, una de las acepciones de escrachar –según la RAE– se refiere a romper, destruir, aplastar. Es decir, revolucionar. Y miren ustedes quienes se les han revolucionado en Zaragoza.
Al respecto, según el señor Alberto Garzón, gran demócrata, «unos trescientos nazis berreaban a las puertas de su asamblea en aquella ciudad, y entre todos no alcanzaban una neurona útil». Les traduzco: unos trescientos españoles gilipollas protestaban a las puertas de su asamblea en la ciudad del Ebro.
Habría de dedicar tiempo a leer y transcribir las garzonadas, que son muchas y divertidísimas; sin embargo, no es todo tan divertido cuando por nazis gilipollas, sin cursivas, se refería a todo aquel que, en aquella mañana, portaba la bandera nacional y se posicionaba en contra de la manipulación lingüística y de hechos de la izquierda más aberrante. Garzón se refería así, de forma indirecta, a todos los que pensamos como aquellos manifestantes y no estuvimos allí. Garzón terminó de darle un golpe mortal a su tan cacareada democracia al demostrar que para él, democracia, es solo lo que ellos y los suyos digan. Y digo ellos y suyos refiriéndome no solo a Podemos o al zombi de Izquierda Unida, sino a medios de comunicación afines y a partidarios ideológicos individuales que, por las redes sociales, han terminado por confirmar lo que muchos ya sabíamos: que hay una izquierda peligrosa y tristemente aborregada y trasnochada.
Bueno, ¿qué tiene que ver todo esto de lo del referendo, lo de la Asamblea de Podemos Zaragoza del pasado día 24 y los escraches? Pues verán, el independentismo catalán ha terminado por zarandear ese orgullo guardado de los españoles tras muchos años inamovible, impasible. Apenas unas semanas, a base de cometer atentados contra la integridad del Estado, han bastado. Quizás no eran conscientes de que ello podría suceder; puede que creyesen que la otra España seguiría silente, pastando la hierba somnífera que nos llegaba desde allá.
Empero, todos han quedado retratados. Los nacionalistas e independentistas como un fraude, un ejemplo del totalitarismo en el siglo XXI que no apoya ningún Gobierno internacional, salvo Maduro. Imaginen, ¡¡Maduro!! Ningún apoyo institucional en Europa ni en la ONU. Ningún político de primer orden en las deseadas fotografías por los secesionistas en sus diversos viajes para promocionar su estatalidad. Ni tan siquiera todos aquellos que desde siempre han proclamado su catalanismo más acérrimo, han apoyado esta sinrazón y sinvergonzonería sin consenso ni opción a réplica en aquella Cámara regional. Lo mejor de todo es que los que siempre se han considerado férreos defensores de esta idea, declarados republicanos e izquierdistas que padecieron, de verdad, la dictadura franquista, se han topado con la realidad de la forma más insospechada y sarcástica: siendo acusados de fascistas por los suyos y por quienes defienden el derecho a votar el 1 de octubre, aunque no sea de forma legal, por exponer su opinión en ¿libertad?
¿Y por qué es lo mejor de todo? Porque así, de una vez y con un necesario jarro de agua fría, imagino, estos han podido comprobar la pútrida y falsaria realidad que se ocultaba tras las rosas, las sonrisas, el sí al derecho a decidir, y otras frases de mercadotecnia baratas.
Después quedan aquellos que, de forma partidista o individual, con escaños en el Congreso de los Diputados –centro de la soberanía del pueblo español– han aprovechado para pretender sacar réditos atacando al presidente Rajoy, a los cuerpos de seguridad del Estado y a quienes han defendido la necesidad de crear un frente común en favor de la unidad nacional. Han pretendido sacar beneficios de una España que quieren diseccionar. Han pretendido ganar –arañar diría– votos con la España fraccionada. Y esto es así, aunque insistan en su consabido y único discurso. Alberto Garzón, como dije al principio, lo ha dejado claro.
Hay una España que se ha cansado de ser menospreciada por la calaña política pluralista et adláteres y que, como rezaba un cartel, se siente española, ¡muy española! Ya está bien de tanto ataque del bandereo tricolorista y de cualquier otro, denigrando las señas de identidad de todo un país, por ignorancia y por un visceral rencor. Ya está bien de tanto postureo de personajes públicos arengando sobre el autoritarismo español (esto es, llevar a cabo las leyes aceptadas por todos) en relación con Cataluña. Ya está bien de tanto progrerío de pancarta, de tanto anticapitalismo de iOS, de tanta estulticia capitalizada por Podemos y su microcosmos y auspiciada por un PSOE descabezado y descorazonador. Ya está bien de un presidente del Gobierno tendiendo puentes hechos con papel moneda de todos los contribuyentes del país odiado. Ya está bien de una España mermada.
Dicho todo esto, resumo: si quieren una Cataluña, un País Vasco, una Galicia o una Castilla La Mancha independiente; Puigdemont, Junqueras, Rufián, Urkullu, Garzón, Iglesias, Sánchez, los niñatos de Arran, los fascistas de la CUP, los de la kale borroka, independentistas varios y demás crema pública y social afín y la madre que los parió, que se atengan a la norma vigente: referendo nacional. Pues, por si no lo saben, según el artículo 2 de la Constitución Española de 1978: «La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas».