Por Ezequiel Tena
Se aprende de la experiencia, por supuesto. ¿Qué hay de la discusión? Se aprende a través de las preguntas/respuestas: usando el método dialéctico como un modo de acercarse a las cuestiones, el proceso de entendimiento se autoalimenta, se autorregulará. Puedes leer un texto y ver cómo durante su transcurso la pregunta que haces va cambiando, va matizándose. También se presentan en cascada la sucesión de respuestas que ensaya tu mente. Se puede discutir con los muertos y con los libros o con los autores ausentes, pero difícilmente con los vivos. Discutir con los vivos requiere de posiciones reflexivas y escépticas entre interlocutores: es lo más parecido a leer al otro. Ortega llenó el teatro de Madrid de filosofía allá en los cuarenta. Cada jornada de sus discursos aumentaba la afluencia de público. Despertó la filosofía para los cielos de España. Naturalmente, no requería de nadie el acuerdo hacia sus posturas; por encima de eso quedaban las cuestiones, las apuestas. Una particular forma de pensarse en el mundo flotaba en la sala y abría los ojos de los oyentes. Ciertamente, también estaban en el auditorio los que oían solamente lo que querían escuchar: vigilantes y censores añadían tachas a lo dicho. Pensaban que volvía del exilio al camino de la victoria. Se equivocaban. No eran los únicos. Estarán también a lo largo del tiempo y con el transcurrir de las generaciones todos aquellos que leyéndole –tan tarde como hoy mismo- adoptarán una postura absorbente –partidaria- a lo dicho por el filósofo. Ambas familias de receptores exigen de Ortega, aún hoy, un sistema que pretenden de pensamiento; es decir, un tejido coherente hilvanado al detalle, un pleno de aforismos que sustenten tal o cual ideología (pero no toda ideología puede apropiarse del pensamiento de don José). Podrían llamarlo “lo que Ortega y Gasset quiso decir”. Creo que Ortega escapa a cualquier intento de trabazón que se sustente en lo concreto. Dicho de otro modo: su trabajo está en la capa de la naturaleza misma de las ideas. Así el perspectivismo y así su original exposición de la razón histórica. Así la circunstancia que me rodea y así la radical diferencia entre idea y creencia. Así también la conclusión inconclusa cuando se acerca (todo lo que puede) en movimiento espiral al centro de la cuestión que aborda, dejando para postre una cuestión inconclusa. Es en efecto, contra los secuestradores de lo concreto, un sistema de pensamiento y para el pensamiento. La certeza es una pregunta de precisión quirúrgica. Leer a Ortega es irritarse, levantarse a tomar un café, salir a tomar el aire, enfriarse y volver a buscar la siguiente revuelta del camino espiral. Leer a Ortega es despertar a la filosofía, ingresar en el quehacer gimnástico del pensamiento. No quiero decir con esto que el discurso del autor no carezca de una cierta característica espiritual que quizás no escape a la mente inquisitiva. En efecto, la asepsia espiritual del escritor puede llegar a ser dolorosa y desesperanzadora. Aún así, por la inmensa cantidad de debates abiertos, como modelo de criterio de la verdad: ¿qué poder tiene la discusión frente al sistema de pensamiento? No otra cosa que el enquistamiento del rebaño frente a la furia individual de las neuronas. En un mundo que discute y no piensa, no se me ocurre mejor homenaje a la filosofía.