Por C.R. Worth
Continué mi relato y, después de que el Sr. Frank H. Cole me preguntara por la relación entre mi padrino y el jefe indio, comencé a relatarle la historia del rancho y los que allí habitaban.
Mi padrino se llamaba Flint Ignatius Westwood, pero él no solía usar su segundo nombre. Nació el 21 de diciembre de 1826, el mismo día en el que en Texas tuvo lugar la Rebelión de Fredonia y trató de independizarse de México. Esa coincidencia histórica marcó un tanto su carácter rebelde e inconformista.
Su nombre, Ignatius, venía de un abuelo español: don Ignacio Vargas Melero de San Juan, un hidalgo al servicio de la corona española y del Virrey de Nueva España. Por su intervención en la Batalla de Medina en 1813 y su lealtad realista, le fueron concedidas extensas tierras. Ese fue el inicio y germen del rancho que heredó de su madre en 1845 a los diecinueve años; el mismo año que Texas se anexionó a Estados Unidos como el estado número veintiocho.
Durante diez años trabajó muy duramente para conseguir uno de los ranchos más extensos y ricos de Texas. Sus cabezas de ganado se contaban por miles; todas marcadas con un sol, que era el hierro del rancho. En 1855, se casó con Millicent Winters; al año siguiente, tuvieron a mi «prima» Jane y a Matthew en 1857. Millicent murió de parto al nacer mi «primo».
Tras enviudar mi padrino, se dedicó por completo a su negocio buscando nuevas fronteras y así es como empezó a llevar sus vacas al norte. Creo que, de ese modo, es cómo trataba de superar su perdida y, aunque mi padre trataba de animarlo diciéndole que necesitaba casarse de nuevo y darles una madre a sus hijos, él decía que jamás se podría enamorar de nuevo. Eso fue hasta que conoció a mi madrina, Emma Ellis.
Mi padrino estableció una gran amistad con Frank Lonestar, cuyo verdadero nombre era Francis Cabot. Frank era miembro de una de las familias más ricas de Boston y se fue de esa «ciudad puritana» tras un escándalo que lo involucró con Hellen Appleton, esposa del congresista William. Para no ensuciar más el nombre de su familia y tras las amenazas de su padre, Frank se mudó a Texas. Él detestaba a todos los «Brahmin», que es como se conocía a ese grupo de la alta sociedad bostoniana y sólo mantenía contacto con dos personas: su prima Emma, mi madrina, a la que adoraba y con la que mantenía frecuente correspondencia narrándole la belleza de Texas; y el banquero Jerry Sargent, que fue el único que dio la cara por él en el escándalo en el que se vio envuelto.
Frank recomendó a mi padrino ir a Boston a hablar con el Sr. Sargent para que le presentara a los posibles clientes para su negocio.
Fue en una fiesta del juez John Lowell en 1860, a la que Jerry Sargent lo llevó como invitado, donde la conoció.
Allí también conoció a la esposa de Jerry, Violet Blanch Sargent; ambos estaban fascinados con todo lo que contaba mi padrino y Frank sobre Texas. Como posicionarse con el trampero a la larga les trajo problemas, decidieron mudarse a Concepción y fundar un banco allí, el Banco Westfall.
Mi padrino era un hombre muy atractivo, tenía el pelo castaño claro y los ojos color avellana; era alto (1,85m) y con una media sonrisa que hacía derretir a las señoras. Tenía una pequeña cicatriz en la barbilla que no lo afeaba (se la hizo de jovencito usando un látigo), sino que lo hacía más interesante. Mi madrina me contó muchas veces cómo se conocieron.
Emma Ellis era hija de Robert y Prunella Ellis (de soltera Prunella Cobot) y sus padres estaban desesperados por que Emma contrajera matrimonio, ya que ella había rechazado al menos una docena de pretendientes. Estaba cansada de esa vida de bailes, con gente vacía y superficial; esos pretendientes que iban tras la inmensa fortuna de su padre y sólo querían meterla en una urna de cristal, puesto que, además de ser una heredera rica, era una mujer de excepcional belleza: rubia, con los ojos verdes, labios carnosos, delgada, pero con buenas formas, y una sonrisa dulce que mostraba una dentadura muy blanca y bien cuidada. Ella, en esas fiestas, solía estar sentada y rechazar con educación las peticiones para bailar de sus pretendientes. El día que se conocieron fue un flechazo a primera vista. Ella estaba como de costumbre sentada charlando con otras señoras cuando vio al otro lado de la habitación ese apuesto desconocido mirándola descaradamente; se sintió turbada y trató de mirar para otro lado.
Flint, en cuanto la vio, les preguntó a sus anfitriones quién era esa bella señorita y Violet le sugirió que la acompañara para presentársela.
Cuando le dijo que era de Concepción en Texas, de inmediato captó su interés, ya que esa era la ciudad donde su primo Frank solía pasar la mayoría del tiempo cuando no estaba de caza. Mi padrino la sacó a bailar y ella aceptó para sorpresa de todo el mundo.
Flint alternó la noche haciendo contactos con los empresarios de Boston y sacando a bailar a Emma y manteniendo animadas conversaciones.
En el tiempo que estuvo en Boston antes de regresar, pidió permiso a su padre para cortejarla y éste accedió encantado, ya que no tenía la oposición de su hija que tantos dolores de cabeza les estaba dando para poderla casar. Sus padres vieron con muy buenos ojos a Flint, un adinerado empresario de Texas; pero su abuela Muriel no, ya que ella tenía «planes» para su nieta: casarla con un Adams, en concreto con Ivers Whitney Adams, que estaba prendado de mi madrina. El señor Ivers era descendiente de John Adams, primo de Samuel Adams, uno de los padres fundadores de América que firmaron la declaración de independencia y una de las familias más prestigiosas de Boston. Como saben, Ivers fue el creador de los Boston Red Stockings. Para Muriel, mi padrino no tenía suficiente dinero para entrar en la familia ni «pedigrí», algo cuanto menos curioso cuando hay sangre noble en mi padrino. Además, años más tarde, se encontró petróleo en el rancho y llegó a ser uno de los hombres más ricos de América.
Muriel intentó desesperadamente romper esa relación y mi madrina, tras averiguar que ella había destruido varias cartas de Flint, esperaba en la puerta todos los días la llegada del correo para que las misivas no las interceptara su abuela.
Ella me dijo que fueron sus cartas las que la enamoraron; sobre todo una que, después de leerla, sabía que era el hombre con el que se querría casar.
Se estuvieron carteando durante cerca de un año y luego estalló la Guerra Civil. El conflicto al principio dividió a mi padrino, ya que tenía a alguien que amaba en el norte, así como varios clientes; pero era un sureño y su corazón estaba con La Confederación. Tras pensarlo mucho y ver que todos sus amigos se alistaron, incluido Frank que luchó por su tierra de acogida, lo hizo él también porque lo tildaron de cobarde y él no lo era. Mi padre fue muy feliz cuando su mejor amigo se alistó. Papá, como era ya un sheriff, adquirió el rango de «Mayor» y mi padrino, por la cantidad de caballos que aportó y dinero, «Capitán», estando en la misma unidad de mi padre y bajo sus órdenes. Se salvaron la vida mutuamente varias veces, lo que hizo que ese vínculo de amistad fuera aún mayor. Años después, mi padrino se metió en política y llegó a ser gobernador de Texas; pero esa ya es otra historia.
Me levanté mientras contaba todo esto y fui a un mueble escritorio donde guardaba correspondencia importante.
― Aquí tengo la carta que le he mencionado, fue parte del material que mi prima Ana me pasó para escribir la biografía de mi padrino. Tengo que devolvérsela, pero ella se encuentra ahora en un crucero por el Nilo.
Procedí a leerles la carta.
Mi admirada y querida Emma:
No hay día que su recuerdo no me persiga. Los días que pasamos juntos en Boston fueron los más felices de mi vida. Cada noche al cerrar los ojos, la imagen de su sonrisa me da confort y calor en las noches frías; y sé que, si estuviera a un paso de la muerte, el dulzor de sus labios me devolvería a la vida.
Le agradezco el retrato que me envió, se ha convertido en mi mejor compañía en días aciagos; lo llevo dentro de mi chaqueta del uniforme, al lado del corazón, siendo un pulso que me da energía para vivir día a día.
Aunque lucho por mi tierra, no puedo dejar de pensar que, en el campo de batalla, en las líneas enemigas, puede estar un familiar suyo o los muchos amigos y clientes que hice en Boston. Ese pensamiento me quebranta el alma, ante la idea tormentosa de poder matar a uno de los suyos o mis amigos. Nadie, a excepción de mi querido amigo Herschel, entiende el calvario que estoy sufriendo. A pesar de ello, me ha ordenado que no cierre los ojos al disparar, que, aunque no quiero ver a quién podría matar y si fuera un familiar suyo no podría superarlo, me dice que tengo que vivir para volver a usted. Eso me da esperanzas en esta guerra fratricida.
Pienso en la muerte y lo injusto que sería dejar este mundo sin la dicha de poder volver a verla o un fututo sin usted.
Le tengo ordenado a Herschel que, en caso de morir, me entierren en mi rancho; pero que me arranquen el corazón y se lo envíen a usted para ser enterrado en el panteón de su familia y así estar siempre a su lado, porque mi corazón le pertenece a usted para la eternidad.
Siempre suyo,
Flint I. Westwood
― Un hombre extraordinario sin duda, comentó el Sr. Cole. ― ¿Se casaron tras la contienda?
― Sí, mi padrino primero regresó a Concepción para ver en qué estado estaba el rancho, lo siguiente sería ir a Boston para pedir su mano; pero antes, contrató a Elijah E. Myers para que le construyera una mansión para mi madrina, ya que quería ofrecerle algo acorde con el tipo de casas en las que ella había crecido. Como saben, Myers construyó el Capitolio del estado de Texas años más tarde.
Seguí relatándole quienes había en el rancho y que, entre los vaqueros y la gente de servicio, había más de cien trabajadores y que había como una pequeña ciudad para alojar a sus empleados, aunque algunos preferían estar en Concepción y tener el salón y el establecimiento de Mrs. Fire cerca.
El Sr. Cole me interrumpió.
― Perdone, Sra.Vanderbilt, no quiero ser grosero o impaciente, pero podría preguntarle cómo perdió el Sr. Westwood a su hijo y cuál de las armas de fuego que nos ha mostrado era la suya.
― No, perdóneme usted a mí por no ir al grano, pero quería establecer bien claro que mi padrino era un hombre de honor y cómo mi madrina, siendo una aristócrata de Boston, llegó al rancho, ya que fue una figura clave en los acontecimientos de Concepción.
Matthew falleció por los trágicos acontecimientos del tren de las 2:40, de los que le hablaré más adelante, y el arma de mi padrino era el «Colt Army» del calibre 44.